Desde hace casi tres décadas
(desde febrero de 1982, para ser exactos), los venezolanos hemos visto
deteriorarse, año tras año, las condiciones de vida de la población, como consecuencia
de una crisis que no ha podido ser resuelta a pesar de las múltiples recetas
adoptadas para tratar de superarla.
Nos hemos acostumbrado a que
nuestros políticos, algunos con tono doctoral y engolado y otros en lenguaje
llano y tropero, aleccionen sobre economía y diserten sobre las variables económicas
que deben ser pulsadas para sacarnos de la crisis. También nos hemos
acostumbrado a vistosas presentaciones y estudios de opinión dirigidos a “detectar”
los principales “problemas” en función de los cuales se elaboran propuestas,
proyectos, discursos y acciones políticas.
Recientemente, algunos de esos
estudios han venido señalando como los principales problemas de los venezolanos
a la vivienda, la inseguridad, el desempleo y otros de diferente naturaleza. En
función de tales “descubrimientos” realizados a través de las encuestas, tanto
el gobierno como la oposición construyen sus principales argumentos y ofertas
políticas de cara a cada proceso electoral.
Ciertamente, no podemos negarlo,
la falta de vivienda, la deficiente prestación de servicios públicos que
alcanzan a grados inaceptables como en el caso del suministro eléctrico, la
inseguridad que campea en todo el país aparejada con una creciente impunidad y
un progresivo deterioro de los servicios policiales que también se hunden en un
mar de corrupción y violación de derechos civiles, el deterioro creciente de la
infraestructura del país, la inflación y el costo de la vida, el empeoramiento
en la prestación y en la calidad de los servicios de salud, la ausencia de un correcto
sistema de seguridad social y muchísimos otros “problemas” detectados por las
encuestadoras, son realidades que acogotan al ciudadano común y que además
estimuladas por un discurso político que estimula el resentimiento, la
exclusión y la injusticia, han convertido a la sociedad venezolana en una olla
de presión a punto de estallar.
Pero no es menos cierto también
que muchísimos de esos problemas, son el reflejo natural, la consecuencia
lógica de una situación mayor a la que se encuentran sometidos grandes sectores
de la población venezolana, de un fenómeno que desde larga data afecta
gravemente a toda la estructura social y del cual todos los demás que hoy
detectan las encuestas no son más que la consecuencia lógica y natural.
Ese fenómeno no es otro que la
pobreza.
La mayoría de quienes habitamos
hoy Venezuela, crecimos acostumbrados a escuchar que éramos parte de un país “rico”,
lleno de oportunidades y provisto por la providencia de una superabundancia de
recursos naturales que nos hacían una nación predestinada al éxito y la
bonanza.
La realidad, sin embargo,
demostraba que lejos de tal “riqueza”, importantes sectores de la población
venezolana vivían en condiciones de marginalidad y pobreza, excluidos
totalmente de los beneficios de esa “riqueza” tan proclamada.
Recuerdo como, siendo estudiante
de los primeros años de derecho, antes del viernes negro y en plena vigencia
del “ta barato dame dos” que nos convirtió a los venezolanos en los más
esperados pero también más despreciados clientes de Miami, me sacudió, junto a
muchos otros compañeros de estudio, el contenido de un libro puesto a nuestra
consideración por el Padre Luis María Olaso, llamado “La Miseria en Venezuela”
y que contenía un estudio realizado por un economista canadiense, Michel
Chossudovski, cuyo contenido demostraba, más allá de toda duda, la falsedad de
la bonanza venezolana y el escalofriante escenario de pobreza y miseria que se
escondía detrás de la aparente “riqueza” de nuestro país.
Un estudio como el de
Chossudovski que, entre otras cosas, señalaba como el 70 por ciento de la
población venezolana no alcanzaba los requerimientos mínimos de calorías o que
el 44 por ciento vivía en condiciones de hipoalimentación (es decir, no
consumía proteínas y apenas escasamente lograba consumir adecuadas dosis de
carbohidratos), no podía resultar grato para quienes dirigían los destinos de
la nación y por ello fue recogido por
instrucciones expresas del Ejecutivo Nacional (gobierno de Luis Herrera
Campíns, para ser exacto) y su circulación resultó escasísima y limitada.
Si accedemos a la página Web del
INE (Instituto Nacional de Estadísticas), podremos encontrar allí como la
estadística relativa a la pobreza, desde el año 97 hasta el 2009 (aún no se han
publicado las cifras del 2010 y obviamente no se cuenta con estadística actual
del 2011) nos demuestra que en determinados periodos más del 50 por ciento de los
hogares venezolanos se han encontrado viviendo en condiciones de pobreza y
hasta un 30 por ciento ha tenido que sobrevivir en condiciones de pobreza
crítica.
Esa misma página del INE señala
como se ha producido una supuesta “disminución” de los índices de pobreza a
partir de 2004 para ubicarse, en el 2009 en un 24 por ciento de hogares pobres
y un 6 por ciento de hogares en condiciones de pobreza crítica. Sin embargo uno
no puede dejar de tener reservas en relación con dichas cifras, por varias
razones.
La principal es que el estudio
por línea de ingresos efectuado por dicha institución, se hace tomando como
premisa el ingreso promedio de un hogar y considerando como pobre aquel cuyo
ingreso se demuestre insuficiente para adquirir la denominada “canasta básica”,
pero llama la atención el hecho de que se considera “ingreso” al proveniente, de
fuentes como pensión de
superviviente, orfandad y otros tipos, ayuda familiar o de otra persona, Subsidio
familiar( Beca alimentaría), Beca o Ayuda Escolar, Pensión o Jubilación por
Seguro Social, Jubilación por trabajo, rentas
de propiedades, intereses o dividendos. Es decir, que si en un hogar, entre
todos los integrantes obtienen, por cualquiera de dichos conceptos, un ingreso
suficiente para cubrir el costo de la “canasta básica”, es considerado “no
pobre”.
Ahora precisemos bien los conceptos anteriores. La canasta básica es un
paquete que comprende la denominada “canasta alimentaria” más algunos servicios
no alimentarios importantes, tales como servicios públicos básicos, salud y
educación. Por su parte, la “canasta alimentaria” comprende los siguientes
rubros: 1 Kilo de Arroz, 400 gramos de Avena, 1 kg de harina de maíz, 500
gramos de pasta, 6 kgs de carne ( 1 Kg de carne molida, 1 Kg de falda, 1 kg de
lagarto, 1 kg de hígado y 1 kg de carne de cochino) y 1 kg de mortadela, 4,5 Kgs de pescado (atún, corocoro, sardina,
cazón), 12 huevos, 1 litro de leche, 1 kg de leche en polvo, 1 kg de queso
blanco, 1 ltr de aceite, 500 grs de margarina, 445 grs de mayonesa, 9 kgs de frutas,
5 kg de hortalizas (auyamas, cebollas, pimentón, tomate, zanahoria), 4 kgs de
tubérculos (yuca, apio, ocumo y papas), 2 kgs de granos, 1 Kgr de azúcar, 1Kg
de sal y 1 Kg de café (la integración y elementos de esta canasta pueden verlos
en http://www.ine.gov.ve/condiciones/CostovidaPorGrupoProductos.htm).
Ahora bien, la “Canasta Básica”, cuya adquisición confiere la condición
de “no pobre”, tiene actualmente un costo aproximado de DOS MIL SEISCIENTOS
NOVENTA Y TRES BOLIVARES (Bs. 2.693,00). Por su parte, la “canasta alimentaria”,
a cuya posibilidad de adquisición se asocia la calidad de “pobre”, y cuya
imposibilidad de adquisición califica de “pobre extremo” a un hogar venezolano,
tiene un costo actual, para el INE, de MIL CUATROCIENTOS CINCUENTA Y OCHO
BOLIVARES (Bs. 1.458,00) y cubre las necesidades básicas de una familia
promedio venezolano, equivalente a cinco (5) personas. En consecuencia, si
entre los 5 miembros de la familia cuentan con un ingreso, que puede provenir
de cualquier fuente, inclusive ayuda familiar o de otra persona o “becas”
(¿recuerdan las misiones?) que alcance a 2.693 bolívares, ya es considerado no
pobre. Y solo si entre los 5 miembros del grupo familiar promedio no alcanzan a
un ingreso equivalente al costo de la “canasta alimentaria” de 1.458,00
bolívares, es considerado “pobre extremo”.
Creo que a los lectores les resultará tan obvio como a mí, que la cifra
real de pobreza existente en nuestra querida Venezuela está muy lejos de los
porcentajes contemplados por el INE y ampliamente difundidos por la propaganda
oficial. Es una lástima no poder contar con una estadística confiable y exacta
que permita medir esa realidad de manera aceptable y que permita la formulación
de políticas públicas.
Es ese fenómeno de pobreza el que se está manifestando en las distintas
variables que nos muestran las encuestas. Después de todo, ¿Cómo no va a haber
crisis de vivienda en un país cuya población no puede, en su mayoría, acceder a
suficiente alimento? ¿Cómo adquiere una vivienda un ciudadano que apenas puede
tener acceso a una ingesta mínima de alimentos? ¿Cómo no va a existir un
altísimo grado de inseguridad personal en una sociedad que presenta unas características
de pobreza tan avanzadas? ¿Como una sociedad sacudida por una pobreza de la
magnitud expresada puede desempeñarse eficientemente en términos económicos?
Como verán, el verdadero problema, el problema mayor, el problema madre,
no es otro que la pobreza, con el agravante de que no es lo mismo ser pobre en
la Venezuela del 2011 que en la Venezuela de 1930 o de 1960. En un mundo
globalizado, cuyo avance tecnológico nos asombra y en una humanidad que ha
alcanzado cotas de confort y comodidad avanzada, tener que sobrevivir en las
condiciones de pobreza en que se ve obligada a subsistir una gran porción de la
población venezolana, es una barbaridad, una iniquidad que debería conmovernos
profundamente y ante la cual deberíamos, como cuerpo social, responder con
premura, con solidaridad, con humanidad.
Por ello, sostengo una vez más que hoy, como nunca, la dirigencia
política tiene que dejar de pontificar sobre economía y desarrollar un
discurso, un proyecto y una acción que se dirija a enfrentar el problema de la
pobreza y que se identifique con ese enorme sector de población que sufre, día
tras día, la gravedad de una pobreza generalizada y agobiante.
En las semanas por
venir, abordaré el tema nuevamente, en otros aspectos.