viernes, 14 de diciembre de 2012

ANTES DEL DOMINGO





“No se vota sólo para ganar. Se vota para decir quién es uno, qué le gusta, qué prefiere, qué quiere o a qué se opone. Votar es un acto de afirmación personal. Como la escritura. Como la amistad. Como el sexo. Una pequeña declaración de independencia personal. Una manera de decir que estas vivo” (ALBERTO BARRERA TYZKA).

Por allá por 1983 me tocó por primera vez ir a votar. Era, para esa época, un veinteañero estudiante de Derecho en la Universidad Católica, puesto a escoger en un proceso electoral que a la postre fue ganado por Jaime Lusinchi de manera abrumadora. El agotamiento del gobierno de Luis Herrera Campins y los efectos del viernes negro, se hicieron sentir fuertemente en el resultado electoral.

En esa oportunidad, mi primera oportunidad de votar, me incliné por la opción que menos preferencias atraía en las encuestas o estudios de opinión que se realizaban entonces. Voté por la opción de izquierda que representaba José Vicente Rangel. Se trataba de esa época en que José Ignacio Cabrujas describía al MAS, junto a sus Tiburones de La Guaira, como uno de sus mas constantes desvelos y fuente segura de derrotas. Se trataba, como bien lo expresaba Cabrujas, de aquellos tiempos en que el MAS representaba, de manera casi segura y permanente, el 5% de la preferencia electoral.

De manera que puedo decir, por mi manera de estrenarme como votante, que si a algo he hecho poco caso a la hora de emitir votos, es precisamente a lo que digan las encuestas, a lo que piensen "las mayorías", y por ende desconozco que significa eso de "anotarse a ganador".

De mi padre recibí, junto a muchas otras importantes lecciones de vida, la enseñanza de que en política debemos ser fieles a ideas y principios, jamás seguir hombres y practicar la debida firmeza en la defensa de las posiciones asumidas. Esa enseñanza se volvió vivo ejemplo en el comportamiento de un hombre como mi padre, que solo militó durante su vida en un solo partido (ese FND cuya máxima representación la ejerció Arturo Uslar Pietri), a cuya desaparición prefirió mantenerse hasta el día de hoy en una inamovible condición de independiente.

Desde ese momento, hace 29 años, hasta este momento, jamás he faltado a ninguna cita electoral, porque he asumido como un verdadero deber el acudir a expresar MI opinión en cada proceso, nacional, regional o municipal.

En los últimos 14 años, esa, mi visión del compromiso cívico como votante, me ha llevado a depositar mi expresión de voluntad en cada uno de los numerosos procesos electorales a los que ha habido lugar.

Para este, del domingo 16 de Diciembre, sin embargo, he llegado incluso a acariciar la idea de no asistir. He llegado a casi dejarme seducir por la idea de no sacrificar parte de mi descanso del domingo (quienes me conocen de cerca, saben que el domingo es para mi un día de total entrega familiar, de dedicación a la lectura, al descanso, a la permanencia en casa en largas horas de compartir con mi esposa y mi familia) para cambiarlo por un tiempo de cola, sol y calor a las afueras de un centro electoral.

La causa de este desánimo, de esta huida voluntaria del cumplimiento de uno de los actos más trascendentes de mi condición de ciudadano y elector, no es más que el lamentable estado en que acude la oposición al proceso electoral.

Es conocida mi posición de oposición total, abierta y definitiva, pero democrática y respetuosa, al gobierno de Hugo Chávez. Desde 1998 he venido ratificando de manera sistemática y consecutiva, esa posición, sin variar en un ápice en mi convicción de que la actuación del actual Presidente constituye una de las mas perniciosas para las bases fundamentales del régimen republicano y democrático.

Pero tener que asistir a un proceso electoral en el que de manera indubitable carecemos de opción alguna para enfrentar el totalitarismo, la exclusión y, sobre todo, la imposición de un estado comunal peligrosamente cercano al modelo cubano, es algo que pone a cualquiera a pensar si no será mejor aprovechar el domingo para dormir hasta tarde, cocinar algo rico para los seres queridos y dedicar horas a leer buenos clásicos, oir buena música o sentarse a conversar con los hijos.

Sin embargo, hoy temprano, muy de madrugada, me tocó llevar al aeropuerto a un hombre que ocupa especial lugar en mi corazón, en mi afecto y que por casualidad grata del destino, es también mi vecino. Hoy se marchaba a su Chile natal, junto a su esposa, sus hijos, uno de los cuales es desde la infancia mi amigo y hoy es mi compadre, su nuera y su nieto, en su acostumbrado viaje de fin de año para pasar las fiestas navideñas junto a sus seres queridos que viven allá en ese austral cono sur.

Mientras esperábamos en las afueras del aeropuerto, este hombre que en muchas ocasiones ha sido como un segundo padre, de quien he recibido hermosas lecciones de vida y cantidad de gestos cariñosos, me preguntó: ¿por quien vas a votar el domingo? a lo que le contesté expresándole todo lo que he venido contando acerca de mi acariciada idea de faltar, por vez primera, a depositar mi voto. Rápidamente me contestó que si el estuviese aquí ese día, votaría, me expresó por quien lo haría y además me explicó las razones por las que lo haría. Y mientras hacía eso, me puso a pensar en que lo verdaderamente importante no es por "quien" votas, sino "por qué" votas.

Por eso, he decidido que no voy a dormir hasta tarde. Que, una vez más, voy a hacer mi cola, a llevarme mi botellita de agua y mi gorra por si acaso me toca tomar el sol mientras espero, que me voy a llevar mi periódico o algún libro para que me acompañe durante la espera y que no voy a faltar a la cita, que si voy a votar. Y no voy a votar por ninguna persona, no voy a votar por ningún candidato, no le voy a hacer caso a las encuestas, sino que una vez mas voy a votar por mis ideas, voy a votar por mi, por el sueño de país que tengo, por el modelo político en el que creo. Voy a votar por esa unidad descalabrada de la que tanto quieren alardear algunos políticos cuyo enanismo mental no les deja practicarla.

Voy a votar para que mi voto se convierta en una demostración palpable de mi desencanto, de mi frustración y mi desencuentro con aquellos que despreciaron e irrespetaron el esfuerzo que hice, junto a 70.000 monaguenses, por acudir a otro evento al que se nos convocó para elegir un candidato que nos representara a todos y que se comprometieron, no solo entre ellos sino con nosotros los electores, a respetar, sostener y promover para esta cita.

Por todas esas razones mías, estrictamente mías, absolutamente mías, voy a votar.