domingo, 30 de septiembre de 2012

SEMANA FINAL


Entramos en la última semana de la campaña electoral para la presidencia de la República. A estas alturas, se puede decir que en la práctica, las cartas están echadas. Ya ambos candidatos han rodado los dados y para este momento la mayoría de los ciudadanos tienen posturas adoptadas en relación con el proceso electoral.

Escojo este momento justo para escribir sobre lo que sin duda alguna va a ser uno de los procesos electorales más definitorios de la historia contemporánea de nuestro país. El resultado de los comicios del próximo domingo influirá de manera determinante en nuestro futuro y en el futuro de las próximas generaciones.

Tengo razones para pensar que podemos ver ese futuro con optimismo. Por primera vez, quienes nos hemos opuesto a Hugo Chávez, hemos logrado nuclear esfuerzos en torno a la figura de un candidato que ha sabido entender la inmensa responsabilidad que implica tal condición.

En lo personal, la opción encarnada por Capriles gozó de mi simpatía desde sus inicios, aún cuando mi inclinación ideológica pudiera parecer distinta. Apoyé tempranamente la candidatura de Capriles y pienso sinceramente que su opción tuvo momento estelar en aquel momento en que al aceptar el respaldo de Voluntad Popular y de Leopoldo López, expresó su deseo de encarnar una alternativa distinta a la “vieja política” y su compromiso con encabezar una opción diferente, joven, renovada y sobre todo con un gran compromiso ético en el ejercicio político. Creo no estar equivocado al afirmar que, en ese momento, Henrique Capriles interpretaba el sentimiento de millones de venezolanos que, como yo, no deseamos en modo alguno un retorno al pasado del ejercicio político desviado y corrompido que terminó por crear, como su perfecto Frankenstein, a este monstruoso presente, encarnado en el gobierno de Hugo Chávez y su ejercicio excluyente, fanático y antidemocrático del poder.

Como yo, millones de venezolanos que queremos fijar la mirada en el horizonte de un futuro promisor, nos hemos sentido profundamente identificados con la opción representada por este joven abogado caraqueño, que de la manera más humilde y sin pretensiones mesiánicas, se ha empeñado en una titánica lucha contra un gobierno que no ha dudado en usar todo el poderío económico del que dispone y de su inmenso poder y control de las instituciones fundamentales de la República, en una campaña totalmente desbalanceada. Mas que acertada ha resultado la estrategia adoptada por Capriles, de buscar el contacto directo con los electores y sobre todo, con los sectores más desposeídos, menos afortunados, esos a los que Chávez siempre se ha ufanado en representar.

Capriles ha llevado a esos sectores populares, un mensaje claro y directo: el próximo gobierno va a estar centrado en ellos. Y así debe ser, porque si bien un gobierno debe prestar apoyo al sector productivo y generador de riqueza, su desvelo principal, su función más fundamental, debe estar orientada a restablecer los desequilibrios sociales y a proteger a aquellos que viven en las condiciones de pobreza más desgarradoras. Pero aquí, también hay que decir que es fundamental entender que la labor de protección de esos pobres, desamparados y excluidos, implica por sobre todas las cosas el reconocimiento de su dignidad y el más profundo respeto hacia ellos. Por ello, me alegra que el candidato del progreso haya manifestado su compromiso de mantener los programas sociales y las misiones dirigidas a proteger a esos compatriotas y sobre todo, me complace que ese compromiso, además, haya dejado claramente expuesto que los programas sociales y las misiones no solo no se verán afectadas en modo alguno, sino que el próximo gobierno velará porque las mismas lleguen a todos los venezolanos que lo requieran, sin distingos de ninguna naturaleza y sin que priven, para su disfrute, razones clientelares o colores políticos. Yo espero también que ese compromiso se manifieste en absoluto respeto a la dignidad de los favorecidos y que nunca volvamos a presenciar el espectáculo infame y denigrante, de las inmensas colas de ciudadanos expuestos al sol o a la lluvia para adquirir un producto alimenticio subsidiado o para recibir cualquier otro beneficio social. Creo, sinceramente, que todos deberíamos exigir al próximo gobierno que se implementen mecanismos que permitan a los pobres y necesitados el disfrute de esos programas en unas condiciones más humanas, más dignas.

Creo firmemente que la felicidad del hombre tiene su fuente directa en el trabajo. Frente a aquellos que ven en el trabajo una especie de maldición bíblica, no dudo en manifestar que nada satisface mas a un ser humano que el disfrute de aquellas ventajas que le proporciona su trabajo honrado. Me encuentro totalmente convencido de que el trabajo y la propiedad privada son las columnas fundamentales sobre las cuales se afirma la sociedad humana. Todo hombre debe tener el derecho indiscutible a hacer suyos aquellos bienes a los cuales ha tenido acceso a través de su esfuerzo y su labor honrada y hoy nadie discute los límites sociales que deben ser impuestos a la propiedad privada. Por eso, creo sinceramente que los venezolanos debemos dejar de lado los cantos de sirena encarnados en ideologías que dejaron demostradamente comprobada su inviabilidad en los escenarios históricos de Rusia, de Europa Oriental y de otras localizaciones geográficas en que esos mismos cantos de sirena no dejaron sino un rastro de pobreza, desolación y enorme corrupción. Es el momento de empeñarnos, como uno solo, en la construcción de un país, de un Estado, que estimule la creación de empleos y que consolide una sociedad de propietarios, señalando y definiendo de manera clara las limitaciones derivadas de razones de utilidad pública o social.

No creo, en modo alguno, que el Estado deba ser un agente neutro y ajeno al desarrollo económico. Por el contrario, soy de quienes consideran que el Estado debe intervenir determinantemente en el control de la actividad económica. La experiencia del Estado Liberal Burgués dejó suficientemente comprobado que cuando el Estado se abstiene de intervenir en la actividad económica, solo contribuye a que los más fuertes aprovechen los desequilibrios existentes para perjudicar a los más desprotegidos. Por otra parte, pertenezco a una generación que ha podido ser testigo de cómo las experiencias neoliberales puestas en efecto en América Latina en los años 90, no solo no dieron resultado alguno en lo económico, sino que además acrecentaron la brecha social existente en nuestra región. Siento que en la propuesta de nuestro candidato, hay también la misma convicción.

El próximo domingo iré a votar por Henrique Capriles con la seguridad de estar eligiendo a un Presidente que conoce y valora perfectamente el valor de la educación para una sociedad moderna. América Latina en general y Venezuela en particular, vivió sus mejores momentos de movilidad social y de formación de una sólida clase media, cuando a principios de los años 60 se dio una lucha por el mejoramiento del sistema educativo. Muchos de los jóvenes de mi generación teníamos en nuestros propios padres el ejemplo más claro de cómo el acceso a la educación secundaria y profesional, sirvió para ayudar a generar una clase media que enriqueció al país y contribuyó a transformarlo de una sociedad rural en el país moderno del cual gozamos todavía hoy. Hoy, Venezuela necesita como nunca de un sistema educativo que contribuya a restablecer esa situación. Y ese sistema educativo debe no solo ser mejorado en la cuantitativo, sino que debe ser también mejorado en lo cualitativo. El próximo gobierno debe empeñarse en que la educación venezolana esté basada no en la visión ideológica del gobierno de turno, sino en los más profundos valores del pensamiento humano. Nuestro sistema educativo debe ofrecerle a los jóvenes, en su proceso de formación, la más amplia y plural visión del conocimiento y del pensamiento, para garantizar de esa manera la formación de un ciudadano crítico y consciente de su compromiso social.

El próximo gobierno, encarnado en la figura de Henrique Capriles, debe empeñarse en el rescate del ejercicio ético de la política. Constituye una verdadera exigencia del presente el que no solo el Presidente, sino todo el aparato político del Estado Venezolano, se empeñe en una lucha sincera contra la corrupción. Creo sinceramente que ya Henrique Capriles ha dado una demostración clara y determinante de su postura frente a este problema. Me refiero al caso del Diputado Caldera. Tal vez muchos venezolanos, y sobre todo muchos opositores, cayeron impensadamente en el error de tratar de restar importancia a ese caso. Muchos, equivocadamente en mi modo de ver, solo quisieron ver ese caso como un “error”, como una “trampa” tendida a una figura opositora, como el aprovechamiento de una actuación “inocente”,  o para decirlo con palabras mucho mas llanas, como la actuación desprevenida de un joven que cayó por “pendejo”, para usar una palabra muy utilizada por el actual Presidente últimamente. La verdad es que, lejos de esas posiciones, siempre he creído que el Diputado Caldera incurrió en una actuación totalmente desprovista de ética. No podemos catalogarlo de tonto. Tonto hubiese sido si lo hubiesen engañado, si le hubiesen ofrecido algo distinto a lo que obtuvo, si hubiese sido víctima de un “paquete chileno”. No, el diputado fue conscientemente a buscar un provecho económico (Ud., amigo lector, puede llamarlo “contribución para su campaña” o como quiera) y demostró con ello que no está a la altura ética que requerimos los venezolanos en la actualidad. Frente a ello, la actuación de Henrique Capriles fue totalmente ejemplar y no dudó en modo alguno en condenarla y en alejar prontamente a quien incurrió en dicha falta del proyecto político que queremos construir. Creo que todos podemos ver en ese gesto, el inicio de una clara y determinante posición de combate a la corrupción.

Finalmente, para dar término a este largo escrito por el que pido disculpas a todos los que me leen, el próximo domingo iré a votar por un verdadero relevo en el liderazgo político venezolano. Es momento de que no solo estimulemos, sino que demos apoyo decidido a una entrega del testigo. Venezuela necesita de una juventud que se comprometa con el destino histórico de nuestra nación y que asuma su papel protagónico en la construcción de la sociedad mejor que todos queremos. No podemos seguir soportando el bloqueo constante del relevo político por aquellos que solo aspiran a seguir disfrutando de posiciones, privilegios o prebendas. Es momento de dar un impulso firme a la participación de los jóvenes en la política y para ello es necesario reconocerles su importancia y su pleno derecho a ejercer el liderazgo. Henrique Capriles, junto a Leopoldo López, Carlos Ocariz, Carlos Vecchio, Freddy Guevara, Pablo Pérez, María Corina Machado y otros miles de jóvenes desplegados a lo largo y ancho de nuestra geografía, han abierto el espacio necesario para la renovación del liderazgo opositor. Yo voy a votar el domingo 7 de Octubre para apoyar esa renovación, ese nuevo aire, esa reoxigenación tan necesaria.

Y este 7 de Octubre, vamos a ganar, no solo porque somos mayoría, sino porque tenemos el mejor candidato, la mejor propuesta y unos jóvenes dispuestos a dar lo mejor de ellos para emprender la construcción de un mejor país. Vamos a ganar, porque nos inspira el más profundo amor por nuestra Venezuela, por sus hijos, por su bandera tricolor. Vamos a ganar.