Entramos en la última semana de la campaña electoral para la
presidencia de la República. A estas alturas, se puede decir que en la
práctica, las cartas están echadas. Ya ambos candidatos han rodado los dados y
para este momento la mayoría de los ciudadanos tienen posturas adoptadas en
relación con el proceso electoral.
Escojo este momento justo para escribir sobre lo que sin
duda alguna va a ser uno de los procesos electorales más definitorios de la
historia contemporánea de nuestro país. El resultado de los comicios del
próximo domingo influirá de manera determinante en nuestro futuro y en el
futuro de las próximas generaciones.
Tengo razones para pensar que podemos ver ese futuro con
optimismo. Por primera vez, quienes nos hemos opuesto a Hugo Chávez, hemos
logrado nuclear esfuerzos en torno a la figura de un candidato que ha sabido
entender la inmensa responsabilidad que implica tal condición.
En lo personal, la opción encarnada por Capriles gozó de mi
simpatía desde sus inicios, aún cuando mi inclinación ideológica pudiera
parecer distinta. Apoyé tempranamente la candidatura de Capriles y pienso
sinceramente que su opción tuvo momento estelar en aquel momento en que al
aceptar el respaldo de Voluntad Popular y de Leopoldo López, expresó su deseo
de encarnar una alternativa distinta a la “vieja política” y su compromiso con
encabezar una opción diferente, joven, renovada y sobre todo con un gran compromiso
ético en el ejercicio político. Creo no estar equivocado al afirmar que, en ese
momento, Henrique Capriles interpretaba el sentimiento de millones de
venezolanos que, como yo, no deseamos en modo alguno un retorno al pasado del
ejercicio político desviado y corrompido que terminó por crear, como su
perfecto Frankenstein, a este monstruoso presente, encarnado en el gobierno de
Hugo Chávez y su ejercicio excluyente, fanático y antidemocrático del poder.
Como yo, millones de venezolanos que queremos fijar la
mirada en el horizonte de un futuro promisor, nos hemos sentido profundamente
identificados con la opción representada por este joven abogado caraqueño, que
de la manera más humilde y sin pretensiones mesiánicas, se ha empeñado en una
titánica lucha contra un gobierno que no ha dudado en usar todo el poderío
económico del que dispone y de su inmenso poder y control de las instituciones
fundamentales de la República, en una campaña totalmente desbalanceada. Mas que
acertada ha resultado la estrategia adoptada por Capriles, de buscar el
contacto directo con los electores y sobre todo, con los sectores más
desposeídos, menos afortunados, esos a los que Chávez siempre se ha ufanado en
representar.
Capriles ha llevado a esos sectores populares, un mensaje claro
y directo: el próximo gobierno va a estar centrado en ellos. Y así debe ser,
porque si bien un gobierno debe prestar apoyo al sector productivo y generador
de riqueza, su desvelo principal, su función más fundamental, debe estar
orientada a restablecer los desequilibrios sociales y a proteger a aquellos que
viven en las condiciones de pobreza más desgarradoras. Pero aquí, también hay
que decir que es fundamental entender que la labor de protección de esos
pobres, desamparados y excluidos, implica por sobre todas las cosas el
reconocimiento de su dignidad y el más profundo respeto hacia ellos. Por ello,
me alegra que el candidato del progreso haya manifestado su compromiso de
mantener los programas sociales y las misiones dirigidas a proteger a
esos compatriotas y sobre todo, me complace que ese compromiso, además, haya dejado claramente expuesto que los programas sociales y las misiones no
solo no se verán afectadas en modo alguno, sino que el próximo gobierno velará
porque las mismas lleguen a todos los venezolanos que lo requieran, sin
distingos de ninguna naturaleza y sin que priven, para su disfrute, razones
clientelares o colores políticos. Yo espero también que ese compromiso se
manifieste en absoluto respeto a la dignidad de los favorecidos y que nunca
volvamos a presenciar el espectáculo infame y denigrante, de las inmensas colas de
ciudadanos expuestos al sol o a la lluvia para adquirir un producto
alimenticio subsidiado o para recibir cualquier otro beneficio social. Creo,
sinceramente, que todos deberíamos exigir al próximo gobierno que se
implementen mecanismos que permitan a los pobres y necesitados el disfrute de
esos programas en unas condiciones más humanas, más dignas.
Creo firmemente que la felicidad del hombre tiene su fuente
directa en el trabajo. Frente a aquellos que ven en el trabajo una especie de
maldición bíblica, no dudo en manifestar que nada satisface mas a un ser humano
que el disfrute de aquellas ventajas que le proporciona su trabajo honrado. Me
encuentro totalmente convencido de que el trabajo y la propiedad privada son
las columnas fundamentales sobre las cuales se afirma la sociedad humana. Todo
hombre debe tener el derecho indiscutible a hacer suyos aquellos bienes a los
cuales ha tenido acceso a través de su esfuerzo y su labor honrada y hoy nadie
discute los límites sociales que deben ser impuestos a la propiedad privada.
Por eso, creo sinceramente que los venezolanos debemos dejar de lado los cantos
de sirena encarnados en ideologías que dejaron demostradamente comprobada su
inviabilidad en los escenarios históricos de Rusia, de Europa Oriental y de
otras localizaciones geográficas en que esos mismos cantos de sirena no dejaron
sino un rastro de pobreza, desolación y enorme corrupción. Es el momento de
empeñarnos, como uno solo, en la construcción de un país, de un Estado, que
estimule la creación de empleos y que consolide una sociedad de propietarios,
señalando y definiendo de manera clara las limitaciones derivadas de razones de
utilidad pública o social.
No creo, en modo alguno, que el Estado deba ser un agente
neutro y ajeno al desarrollo económico. Por el contrario, soy de quienes
consideran que el Estado debe intervenir determinantemente en el control de la
actividad económica. La experiencia del Estado Liberal Burgués dejó
suficientemente comprobado que cuando el Estado se abstiene de intervenir en la
actividad económica, solo contribuye a que los más fuertes aprovechen los
desequilibrios existentes para perjudicar a los más desprotegidos. Por otra
parte, pertenezco a una generación que ha podido ser testigo de cómo las
experiencias neoliberales puestas en efecto en América Latina en los años 90,
no solo no dieron resultado alguno en lo económico, sino que además
acrecentaron la brecha social existente en nuestra región. Siento que en la
propuesta de nuestro candidato, hay también la misma convicción.
El próximo domingo iré a votar por Henrique Capriles con la
seguridad de estar eligiendo a un Presidente que conoce y valora perfectamente
el valor de la educación para una sociedad moderna. América Latina en general y
Venezuela en particular, vivió sus mejores momentos de movilidad social y de
formación de una sólida clase media, cuando a principios de los años 60 se dio
una lucha por el mejoramiento del sistema educativo. Muchos de los jóvenes de
mi generación teníamos en nuestros propios padres el ejemplo más claro de cómo el
acceso a la educación secundaria y profesional, sirvió para ayudar a generar
una clase media que enriqueció al país y contribuyó a transformarlo de una
sociedad rural en el país moderno del cual gozamos todavía hoy. Hoy, Venezuela
necesita como nunca de un sistema educativo que contribuya a restablecer esa
situación. Y ese sistema educativo debe no solo ser mejorado en la cuantitativo,
sino que debe ser también mejorado en lo cualitativo. El próximo gobierno debe
empeñarse en que la educación venezolana esté basada no en la visión ideológica
del gobierno de turno, sino en los más profundos valores del pensamiento
humano. Nuestro sistema educativo debe ofrecerle a los jóvenes, en su proceso
de formación, la más amplia y plural visión del conocimiento y del pensamiento,
para garantizar de esa manera la formación de un ciudadano crítico y consciente
de su compromiso social.
El próximo gobierno, encarnado en la figura de Henrique
Capriles, debe empeñarse en el rescate del ejercicio ético de la política.
Constituye una verdadera exigencia del presente el que no solo el Presidente,
sino todo el aparato político del Estado Venezolano, se empeñe en una lucha
sincera contra la corrupción. Creo sinceramente que ya Henrique Capriles ha
dado una demostración clara y determinante de su postura frente a este
problema. Me refiero al caso del Diputado Caldera. Tal vez muchos venezolanos,
y sobre todo muchos opositores, cayeron impensadamente en el error de tratar de
restar importancia a ese caso. Muchos, equivocadamente en mi modo de ver, solo
quisieron ver ese caso como un “error”, como una “trampa” tendida a una figura
opositora, como el aprovechamiento de una actuación “inocente”, o para decirlo con palabras mucho mas llanas,
como la actuación desprevenida de un joven que cayó por “pendejo”, para usar
una palabra muy utilizada por el actual Presidente últimamente. La verdad es
que, lejos de esas posiciones, siempre he creído que el Diputado Caldera
incurrió en una actuación totalmente desprovista de ética. No podemos
catalogarlo de tonto. Tonto hubiese sido si lo hubiesen engañado, si le
hubiesen ofrecido algo distinto a lo que obtuvo, si hubiese sido víctima de un “paquete
chileno”. No, el diputado fue conscientemente a buscar un provecho económico
(Ud., amigo lector, puede llamarlo “contribución para su campaña” o como
quiera) y demostró con ello que no está a la altura ética que requerimos los
venezolanos en la actualidad. Frente a ello, la actuación de Henrique Capriles
fue totalmente ejemplar y no dudó en modo alguno en condenarla y en alejar
prontamente a quien incurrió en dicha falta del proyecto político que queremos
construir. Creo que todos podemos ver en ese gesto, el inicio de una clara y
determinante posición de combate a la corrupción.
Finalmente, para dar término a este largo escrito por el que
pido disculpas a todos los que me leen, el próximo domingo iré a votar por un
verdadero relevo en el liderazgo político venezolano. Es momento de que no solo
estimulemos, sino que demos apoyo decidido a una entrega del testigo. Venezuela
necesita de una juventud que se comprometa con el destino histórico de nuestra
nación y que asuma su papel protagónico en la construcción de la sociedad mejor
que todos queremos. No podemos seguir soportando el bloqueo constante del
relevo político por aquellos que solo aspiran a seguir disfrutando de
posiciones, privilegios o prebendas. Es momento de dar un impulso firme a la
participación de los jóvenes en la política y para ello es necesario
reconocerles su importancia y su pleno derecho a ejercer el liderazgo. Henrique
Capriles, junto a Leopoldo López, Carlos Ocariz, Carlos Vecchio, Freddy Guevara, Pablo Pérez, María Corina Machado y otros miles de
jóvenes desplegados a lo largo y ancho de nuestra geografía, han abierto el
espacio necesario para la renovación del liderazgo opositor. Yo voy a votar el
domingo 7 de Octubre para apoyar esa renovación, ese nuevo aire, esa
reoxigenación tan necesaria.
Y este 7 de Octubre, vamos a ganar, no solo porque somos
mayoría, sino porque tenemos el mejor candidato, la mejor propuesta y unos
jóvenes dispuestos a dar lo mejor de ellos para emprender la construcción de un
mejor país. Vamos a ganar, porque nos inspira el más profundo amor por nuestra Venezuela, por sus hijos, por su bandera tricolor. Vamos a ganar.
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