Durante los meses posteriores a
mi regreso de la aventura ibérica, con excepción de una breve nota escrita
antes de que reventara el cañonazo del año nuevo, me había abstenido,
voluntariamente, de escribir. No porque faltaran temas para hacerlo, sino
porque desde hace tiempo me ha ganado la certeza de que nada se aporta
escribiendo, en un país donde nadie parece querer razonar y el odio, la
división, la exclusión y el resentimiento solo dejan unos pequeños espacios
libres a la voluntad de razonar, de dialogar, de construir.
No pocas veces me he mordido la
lengua para no hacer comentario alguno sobre una realidad que ni André Bretón
hubiese podido imaginar más surrealista. En este país del alrevés, empeñado en
autodestruirse eficientemente, la realidad ha dejado atrás a cualquier fantasía
y el realismo mágico parece haber salido de las novelas de García Marquez para
instalarse de manera definitiva en la cotidianeidad del venezolano.
¿Qué cosa medianamente
interesante y sensata puede uno escribir en un país donde Hugo y Ramos Allup
compiten formidablemente en el discurso estrafalario, vulgar, soez y
descalificador? ¿Qué idea de un escribidor puede superar al espectáculo ramplón
de los Ministros que superan a Miguel Angel Asturias en sus (des) Memorias y
Cuentos? ¿Qué podría decir uno que supere en fantasía a un discurso de Soto
Rojas, a una declaración de Cilia, a una entrevista de cualquiera de los
integrantes de la MUD, como Alvarez Paz, que ya se aprestan a asumir la condición de Mesías?
Y no es que no haya sus
excepciones (que las hay, claro que las hay, como la refrescante y hermosa
María Corina y uno que otro representante de ambos bandos), pero todavía no he
podido imaginarme poder escribir algo que supere a las declaraciones de Robert
Serra o a las discusiones que desde la oposición ya se alzan, en voz
altisonante, sobre la determinación de la fecha de las primarias. Y todo ese
espectáculo que parece salido de la pluma magistral de un escritor alucinado,
se desarrolla y prolonga en medio de una crisis que nos ahoga, amenizada por
las emisiones de La Hojilla y Aló Ciudadano, la crisis inmobiliaria, la
emergencia por las lluvias, el drama de los damnificados, la precariedad de los
refugios, el desfalco de los fondos de los trabajadores de PDVSA, huelgas de
hambre estudiantiles y aderezadas por las intervenciones cada vez mas mágicas (pero
no por ello menos reales) de la Defensora del Pueblo.
En fin, que con todo este
ambiente de Telón de Fondo, ¿para que escribir? ¿sobre que escribir? Y sobre
todo: ¿Para quién escribir? ¿con quien compartir angustias o con quien
establecer un diálogo sensato?
Pero el miércoles pasado, un 16
de Marzo inolvidable, ocurrió (aunque ustedes no me crean) algo que me hizo volver
a querer escribir: regresaba yo de la Capital hacia la Maturín de mis desvelos,
utilizando por supuesto la única vía existente para ello, es decir, la
carretera “de la Costa”, la “vía de Oriente”, la de siempre, la que no cambia
(salvo que sea para empeorar) sino cuando una verdadera emergencia genera la
frenética actividad de una administración que solo reacciona ante calamidades
de características importantes, acostumbrada desde tiempo ha a implementar “operativos”
por su dificultad estructural para entender que “administrar” es labor
constante y permanente y no reacción espasmódica.
Salimos a temprana hora, con la
intención de arribar temprano para poder disfrutar de la transmisión televisiva
del juego del Real Madrid. Es que, desde hace algún tiempo, el único “partido”
que me moviliza es uno de fútbol y más ahora que culminó la temporada beisbolística y mis gloriosos Leones vacacionan hasta la próxima.
Y ahí, en esa estrecha cinta de
asfalto que valientemente sigue soportando el tráfago del nutrido tránsito vehicular
entre el Oriente y Caracas, algunos kilómetros antes de llegar a Cúpira, la
pequeña población en la que no dejo nunca de detenerme para comprar el mejor
Casabe galleta del mundo, nos topamos con el evento que me indujo a enfrentarme
una vez más con la pantalla del computador y batallar con el ratón, el teclado
y la imaginación, para redactar esta crónica, tratando de que salga algo más
imaginativo, interesante, llamativo y atrayente que un Aló Presidente o una rueda de prensa
de Salas Feo.
Y es que, aunque ustedes no lo
crean, allí, en medio del calor, del brillo cegador de un sol exuberante, del
verdor alucinante de la vegetación, del olor a combustible, del tráfago de
motorizados que hacían su agosto ofreciendo carreritas, vendiendo sanguchitos,
chucherías y hasta cerveza fría (bien helada por supuesto), me topé con una
realidad que solo Julio Cortázar había
sido capaz de imaginar: por motivos que nunca quedaron suficientemente claros
(unos decían que se trataba de reclamar el
asfaltado de una carretera, otros afirmaban que se trataba de un enfrentamiento
entre miembros de distintos Consejos Comunales, otros manifestaban con
total seriedad que se trataba de una protesta por la falta de agua, pero nadie
supo nunca explicarnos con certeza de que se trataba) grupos de manifestantes
cerraron el paso por la carretera, reclamando la presencia de un Alcalde que
por supuesto jamás apareció.
Allí permanecimos siete (7)
largas horas, durante las cuales jamás vimos a ninguna autoridad hacer
presencia determinante para la solución del problema. Y durante esas siete
largas horas que, para mayor tristeza, me hicieron perderme una sólida victoria
de mi Real Madrid (¡Hala Madrid!), no pude dejar de recordar “La Autopista del
Sur”, el cuento de Cortázar que siempre me pareció extraordinario, en el que una tranca
en una autopista francesa genera una historia de esas que solo el genio de Cortazar era capaz de contar.
Casi llegué a imaginarme a
Taunus, o al ingeniero, o a la muchacha del Dauphine, o a las monjitas y
ancianos del cuento sumidos en la calina del medio día barloventeño, o a los
jóvenes del Simca, acompañados del soldado y del hombre del 203, acaballados en
el asiento del acompañante de algún motorizado avivado, en búsqueda de agua y
provisiones para los viajeros varados; casi que sentí vibrar en el aire la
misma hostilidad que enfrentó, revoleando la guadaña, el americano del De Soto
y hasta juro que por un momento, cuando se abrió la carretera nuevamente para restablecer
el paso, creí ver a Taunus, llevando en la mano la novela que leía la primera
noche, un frasco de lavanda casi vacío del 2HP de las monjas y el osito de
felpa que le obsequió como mascota la bella muchacha del Dauphine, antes de
perderse conduciendo con la mirada fija hacia adelante, exclusivamente hacia
adelante.
Y en ese momento, en ese preciso e inolvidable momento, entendí que tenía que
escribir sobre ese evento, que se alzó sobre toda la realidad mágica que me
rodea, para reconectarme con la necesidad de elevar la voz, de reclamar
cordura, de decir algo que pueda llevarnos a recobrar el país que amo y que se
sumerge (a pasos agigantados, eso sí, como diría cualquier propaganda oficial)
en la destrucción y el desvarío.
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