Este domingo tuve la oportunidad de disfrutar la lectura de
una excelente entrevista realizada en el diario El Nacional a Elisa Lerner. De
la conversación entre el periodista y esta afamada intelectual y escritora
venezolana, dos menciones me hicieron reflexionar profundamente y me han
mantenido así durante casi toda esta semana. La primera de ellas es el llamado
formulado por Lerner a rescatar el valor de lo civil, tan perdido últimamente
en nuestra Venezuela y su referencia destacada a la figura señera de José
Gregorio Hernández, haciéndonos ver como el Siervo de Dios no es solo una
figura emblemática de nuestra religiosidad, sino, mas allá aún, un verdadero
héroe civil. La otra mención para reflexión, lo constituye su propio discurrir
en relación a como nos hemos convertido en una sociedad que ha despreciado,
consistentemente, a sus intelectuales como orientadores de la vida política,
destacando el caso de Gallegos, que fue realmente puesto de lado como
referencia política aún cuando siempre hemos “respetado” su grandeza como
literato e intelectual.
Ciertamente, uno de los ejes centrales del pensamiento de
Betancourt, Leoni, Caldera y Villalba, promotores y constructores de la etapa
democrática mas larga que ha disfrutado nuestra patria, giraba alrededor de la
necesidad de restablecer el justo valor de la civilidad. En una sociedad como
la nuestra, que histórica y tradicionalmente ha elogiado al hombre de armas, al
hombre de acción y que deja en segundo plano la figura del intelectual civil
(no debemos olvidar nunca por ejemplo el conocido enfrentamiento entre Vargas y
Carujo en los inicios de nuestra vida republicana) privilegiando al Procer
Militar por encima de un procerato civil prácticamente desconocido (como si no
los tuviéramos en abundancia superlativa), esa propuesta novedosa de los
jóvenes que constituyeron la Generación del 28 y que luego quedó incorporada en
algunas obras de Betancourt y que ocupó destacada posición en la famosa “Carta
de Barranquilla”, parecía quizás destinada al naufragio y para muchos es
evidente su destino final con la militarización creciente impuesta a rajatablas
por el gobierno de nuestro Comandante-Presidente y la constante exacerbación de
lo militar, puesto por encima de lo civil.
Pero no parece que esto fuera una condición solo propia de
la sociedad venezolana. En un subcontinente caracterizado por la creciente
pobreza y marginalidad y la evidente falta de orientación política, como es
nuestra Latino América, no deja de sorprender el hecho de que intelectuales y
escritores son vistos, casi en su totalidad, como hombres que son muy buenos,
muy sabios, a quienes debemos honrar mucho y reconocerles esa condición casi
mágica de contadores de historias, pero a los que no hay que hacerles mucho
caso cuando se ponen a tratar de dar su opinión o peor aún, cuando cometen la
imperdonable osadía de tratar de incursionar en la actividad política activa.
Lo acontecido en Venezuela con Gallegos y Uslar Pietri, a quienes muchos “políticos”
no dejaron de admirar mas que como se admira a un jarrón chino, pasa igual
allende nuestras fronteras con innumerables intelectuales.
Quizás la mejor manera de emblematizar lo dicho, sea lo que
ocurre con Mario Vargas Llosa en el Perú. Puesto a discurrir con la situación
electoral de su país, Vargas Llosa no ha hecho mas que dar su opinión y asumir
el rol que cualquier intelectual medianamente comprometido con su patria haría:
tratar de orientar. Y sencillamente ha dado su criterio de una manera quizás
mucho mas complicada que la adoptada por un profesor americano que también aprovechó
para dar su opinión en relación con lo que pasa en el Perú en unos términos
mucho mas simples y fáciles de entender: “De uno tengo sospechas, de la otra,
tengo pruebas”. Esta frase feliz por su simpleza, reivindica mucho a Don Mario.
La verdad verdadera es que sobre Ollanta Humala muchos tenemos dudas y
sospechas. No podría ser de otra manera si observamos el background del sujeto,
su pasada “conexión” con Chávez, su filiación familiar con ideas extremas de
izquierda. Pero también, durante los últimos tiempos, ha dado muestras de un “desmarcaje”
con la figura de Hugo, una creciente vinculación con la izquierda democrática,
un cercano vínculo con la figura de Lula (otro personaje, por cierto, sobre el
cual muchos tuvieron dudas por su procedencia y vinculación con movimientos de
extrema izquierda, pero que supo dar pruebas irrefutables de su convicción
democrática y de su compromiso irrenunciable con las aspiraciones de los mas desposeídos
del Brasil) al punto de que sus principales asesores durante la actual campaña
electoral proceden precisamente del círculo mas cercano al ex – presidente brasileño.
Destaca también en su discurso la constante mención a los modelos brasileño y
chileno como ejemplos a seguir, sus declaraciones de intención en relación al
mantenimiento de relaciones con los Estados Unidos, el mantenimiento del TLC, el respeto a la
libertad de expresión y comunicación, su intención de no reelegirse, etc.
De tal modo pues, que la figura de Ollanta puede
razonablemente suscitar “dudas” y es obvio que acostumbrados como estamos a
sufrir desengaños de todas aquellas promesas efectuadas al calor de una campaña
electoral, no podamos dar, ni mucho menos recibir garantías de estricto
cumplimiento por parte del candidato que hoy por hoy parece encabezar las
preferencias electorales peruanas.
Pero del otro lado, no hay frente a Ollanta un contendor que
constituya faro de luz, ni garantía de seguridad. Es mas, quien secundó a
Ollanta en la primera vuelta electoral en el Perú y disputa con el actualmente
la Presidencia, no es ni siquiera una figura que genere “dudas” (al menos para
quien suscribe). En realidad, si a ver vamos, Keiko Fujimori es la hija de Alberto
Fujimori, es decir de un personaje cuyas características, rasgos y modos de
ejercicio del poder lo mantienen nada mas y nada menos que preso, reo condenado
de delitos contra los derechos humanos. Durante su gobierno, que indudablemente
tuvo origen en la voluntad popular, porque fue electo precisamente contendiendo
contra Mario Vargas Llosa, realizó acciones que son absolutamente
imperdonables. ¿Alguien recuerda el cierre del Congreso, utilizando la fuerza
militar puesta bajo su comando? ¿Ya olvidamos la persecución constante contra
todos los opositores, la corrupción generalizada, el ejercicio autoritario del
poder, la dictadura solapada que implantó, su intención nunca velada ni embozada
de perpetuarse en el poder, incluso con la utilización del fraude electoral?.
Pues bien, durante ese gobierno, su hija Keiko fungió de “primera dama” y fue
frecuente acompañante de su padre en todo tipo de actos políticos y un
personaje de evidente influencia en el gobierno fujimorista y en el entorno
presidencial.
Es esa misma Keiko, a los que muchos hoy quieren hacernos
pasar por defensora de la democracia y última barrera en la batalla por la
defensa de la libertad, la que declara que el gobierno de su padre fue el mejor
de la historia peruana, la que para tratar de confundir incautos declara que el
gobierno de Alberto Fujimori fue “democrático” porque fue electo por el pueblo
y que solo fue “autoritario” en su ejercicio, como si fuera posible conjugar
democracia y autoritarismo.
En fin, ante un cuadro como el que presenta Perú, en el que
nadie parece entender que lo verdaderamente imperdonable es que los partidos
realmente democráticos y sus máximos dirigentes no hayan sido capaces de
empinarse sobre sus diferencias para enfrentar un escenario que ya era
advertido por los estudios de opinión, ni mucho menos fueron capaces de
construir una propuesta que resultara atractiva y creíble para la mayoría de
los peruanos ni de generar una conexión con los sectores mas desposeídos y por
lo tanto mas necesitados de orientación, yo prefiero dejarme orientar por un
hombre como Mario Vargas Llosa. Gracias a Dios no soy peruano y por lo tanto me
encuentro excluido del estrés ciudadano a que se encuentran sometidos hoy en
día los votantes de ese país, pero si tuviera que hacerlo, si tuviera que
escoger, creo que aceptaría el argumento de Don Mario tan simplificado en la
frase feliz del docente americano: “De uno tengo sospechas, pero de la otra
tengo pruebas”.
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