La entrada a la Universidad de tres de mis hijos me mantuvo varios días en Caracas, antes de tomar el vuelo que me trajo a Madrid.
La salida de Venezuela ha sido sumamente enojosa. Los controles establecidos por la Guardia Nacional a los pasajeros que salen por el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, nos hacen comprender como solo son posibles en gobiernos que consideran a cada ciudadano como un “sospechoso”. Esos controles excesivos, consisten básicamente en pasar por repetidas “revisiones”, la última de las cuales, en la que el Guardia Nacional a cargo hurgó en todos los rincones de mi equipaje de mano, se llevó a cabo en la manga de entrada al avión y se efectuó, sin distinción, a cada uno de los pasajeros. Al final, el vuelo, que debía salir, según el itinerario de la línea aérea, a las 6 de la tarde, consiguió despegar pasadas las 7 y media de la noche, retraso ante el cual el Capitán presentó sus excusas, con un tono de fastidio y molestia inocultables aunque educadamente disimuladas, pidiéndonos comprensión ante el mismo y recordándonos, sin mencionarlo directamente, que era consecuencia de los controles efectuados por la Guardia Nacional.
Estos controles contrastaron enormemente con el ingreso a España una vez que el avión tocó pista, 8 horas después, en el Aeropuerto de Barajas. Una pequeña cola, despachada de manera rápida y eficiente por los funcionarios de migración, nos permitió llegar, sin más molestias o incidentes, a la salida del terminal, donde ya me esperaban mi tío de título pero hermano de afectos, y su esposa, especiales anfitriones en esta aventura española.
De allí, directo a un desayuno de churros y chocolate demasiado bueno, que sirvió de antesala a una breve visita a “El Corte Inglés”, una de esas tiendas emblemáticas que hacían disfrute enorme de los “tabarato” de otras épocas y que me permití bautizar como “El Mercal de Zapatero” por su “parecido” con la cadena mediante la cual nuestro inefable presidente pretende resolver los problemas de abastecimiento a los sectores populares venezolanos.
Confieso que llegué a sentir una curiosa mezcla de sentimientos ante una tienda que cubre todos los rangos de necesidades de los consumidores españoles: supermercado, tienda por departamento, ferretería, librería y una inmensa gama de servicios y productos encuentran conjunción en los edificios de esta cadena. Desde el asombro por la inmensidad de productos, pasando por la sorpresa ante unos precios obviamente asequibles para cualquier consumidor español y la alegría de reencontrarme con productos largamente desaparecidos de los anaqueles venezolanos.
Finalizada la compra, necesaria para el almuerzo con que festejaban mi llegada, siguió otro momento de alegría al arribar a casa, en San Chinarro, una urbanización nueva que hace honor a este moderno Madrid con sus amplias avenidas, de rectos trazados que facilitan el tránsito. El reencuentro con los familiares largamente deseado y pospuesto en muchas oportunidades, el chance de mirar en persona y por primera vez a Sofía, la pequeña primita conocida hasta entonces solo en fotos. En fin, la inmensa alegría de volver a compartir con los familiares de los que nos encontrábamos separados por la inmensidad del Atlántico, pero con los que siempre ha habido una enorme cercanía en nuestro corazón. La grata reunión, alrededor de la mesa para degustar una ensalada de Rúgula, peras y queso manchego, unos raviolis rellenos de espinaca y piñones y un solomillo de cerdo al Pedro Ximenes de chuparse los dedos, acompañado del infaltable vino, que en este caso resultó ser una botella de un excelente reserva Marques de Riscal, para finalizar con un postre de membrillo y quesos que hicieron inevitable, junto al cansancio acumulado de 8 horas de vuelo, una pronta y reparadora siesta.
De esta primera aproximación a Madrid, ciudad a la que volveré pronto para conocer un poco más de su belleza, me queda una grata impresión y el placer de haber conocido varios de sus lugares más emblemáticos.
La Plaza de España, primera parada obligatoria para disfrutar de un sitio que durante años había contemplado desde una fotografía colocada sobre la peinadora de mi madre.
El Palacio Real de Madrid, donde aprecié la belleza de sus jardines y la riqueza de su interior, una belleza inmensa que mucho habla de la enorme riqueza que transitó por España en sus momentos de mayor grandeza, de esos tiempos en los cuales aquel famoso monarca llegó a afirmarse dueño de un imperio en el cual no se ponía el sol.
Una belleza que también me hizo pensar en cuanto de ese lujo y boato imperial no fue sino producto del botín de conquista, del derramamiento de sangre, de la brutalidad de la guerra, de unos tiempos en que la violencia constante se impuso como modo de vida y forja de poderío. De unos tiempos en que Europa entera, sin distinción de países, vivió sumergida en un conflicto permanente, que enfrentó a sus pueblos para satisfacer las ambiciones de riqueza y poder de los señores gobernantes. De unos tiempos tan distintos a estos de la Unión Europea, en que un continente que pasó gran parte de su historia enfrascado en una guerra fratricida e implacable, se empeña hoy, con igual ímpetu, en construir una sociedad unificada y firmemente convencida de la necesidad de garantizar paz, desarrollo y mejores niveles de calidad de vida a todos sus ciudadanos.
y EN QUE ANDAS? TURISMO, TRABAJO O AMBOS? SALUDOS Y UN GRAN ABRAZO
ResponderEliminarInfinitas gracias por compartir en tan breves palabras tus impresiones, tanto de la incomoda y desagradable salida de nuestro país, como de tu maravilloso reencuentro con tu familia... besos amigo...
ResponderEliminar